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Los que hacen mejores a los demás

Los que hacen mejores a los demás

¿Qué es lo que convierte a un profesional bueno en excelente? ¿Cuáles son las claves para identificarlo? ¿Dónde se encuentran esos perfiles? Y, cómo no, ¿Por qué no está en mi equipo? O lo que es peor ¿Por qué se fue?

En el año 1987 un ex-jugador de la NBA recientemente retirado y que estaba iniciando su carrera como entrenador, se incorporó a los Chicago Bulls como entrenador asistente. No necesitó mucho tiempo para reconocer el enorme talento de una de las jóvenes estrellas del equipo, que en las apenas dos temporadas que llevaba en el club ya empezaba a acumular unos registros personales llamativos.

Pero no se dejó deslumbrar por este hecho y fue capaz de detectar el efecto que este jugador tenía sobre el resto del equipo. Era tanta su calidad y quería tan frecuentemente la pelota que provocaba en sus compañeros un descenso en su motivación y en la percepción del estatus que cada uno de ellos representaba en el grupo. Se sentían, en cierto modo, intimidados por su presencia. Como consecuencia de ello, la cohesión del equipo se veía resentida y se perdían partidos.

El talento individual al servicio del equipo

El entrenador del que hablo es Phil Jackson, el que más títulos de campeón NBA ostenta en su palmarés (11). Y el jugador Michael Jordan, una de las grandes leyendas del deporte.

Jackson, que ya en su etapa de jugador se había caracterizado por una destacada inteligencia con la que en alguna medida consiguió paliar sus carencias físicas, abordó la situación con criterio y tiró de los recursos que había acumulado a lo largo de su trayectoria. Recordó entonces a uno de sus mentores, quien a este tipo de jugadores los definía como buenos pero no excelentes. Los buenos jugadores, decía, en deportes de equipo solo se convierten en excelentes cuando hacen mejores a sus compañeros.

El acierto de Phil Jackson no fue únicamente hacer una lectura correcta de la situación sino, sobre todo, conseguir la tarea quizás más difícil en estos casos: hacérselo entender al jugador y convencerlo de que así sería todavía más grande. Y podría llegar a ser, como en este caso, leyenda.

Jordan lo entendió, lo interiorizó y tuvo la capacidad de adaptar su juego para involucrar a los demás. Su liderazgo y carisma fue seguido por sus compañeros que, inspirados por él, sacaron lo mejor de sí mismos y contribuyeron, sintiéndose también protagonistas, a los éxitos conseguidos en una etapa dorada para los Chicago Bulls: 6 títulos de campeón entre 1991 y 1998. ‘El talento gana partidos, pero el trabajo en equipo y la inteligencia gana campeonatos’, declaró Jordan en una ocasión.

No hace mucho Pau Gasol en el Management & Business Summit 2015 (MABS 2015) tuvo una intervención en la que habló sobre motivación y liderazgo. “Ser líder puede ser estar delante de los demás, pero es hacer mejor a los demás”, manifestó.

Pero no es necesario acudir únicamente al ejemplo de grandes figuras del deporte que, sin duda, ejercen una gran capacidad de influencia, entre otras razones, por la repercusión mediática y carga emocional que suelen acompañar sus actuaciones. En otros ámbitos también existen esas figuras que tienen la capacidad de hacer mejores a los que trabajan con ellos. Y esto es algo que puede suceder en cualquier nivel.

Personas que consiguen que su entorno próximo sea mejor. Mejoran a compañeros, jefes o subordinados en una especie de contagio emocional que potencia las fortalezas tanto individuales como del grupo. Son personas que no solo suman sus capacidades a las del resto de miembros del equipo, sino que multiplican las de los demás.

¿Cómo reconocerlos?

En algún momento de nuestra vida probablemente hemos conocido, directa o indirectamente, a alguien así. Si nos ha tocado de cerca probablemente nos haya hecho mejores en algún aspecto. Tal vez en aquel momento no lo hayamos percibido, pero el paso del tiempo y la experiencia nos aportan señales que nos ayudan a reconocer que fue así. Suelen ser personas con cualidades como:

• Fortaleza interior y confianza en sí mismo.
• Disposición para intentar mejorar voluntariamente y perseguir objetivos significativos.
• Asertividad.
• Desarrollo y conservación de relaciones de satisfacción mutua caracterizadas por la confianza.
• Capacidad de comprender la perspectiva de los demás y comportarse de modo respetuoso con sus opiniones y sentimientos.
• Disposición a contribuir al grupo y al bienestar de los demás.
• Evitar comportamientos y tomas de decisiones que sean apresurados.
• Flexibilidad para adaptar las emociones, pensamientos y comportamientos ante circunstancias o ideas desconocidas, impredecibles y dinámicas.
• Humildad.
• Generosidad.
• Conservación de la esperanza y la resistencia a pesar de dificultades ocasionales.

¿Dónde se encuentran estos perfiles? Pues tal vez más cerca de lo que creemos. En muchas ocasiones apenas hacen ruido. Al menos tal como solemos entender el ruido. No olvidemos que, como dijo el historiador alemán Ernst Curtius, los ríos más profundos son los que corren con menos rumor. Tratemos de reconocerlos. Y aquellos que no sean capaces de apreciarlos algún día tal vez se pregunten ¿por qué se fue?, ¿por qué ya no está en mi equipo?

¡Ah! y que cada uno se mire a sí mismo y se pregunte si es uno de ellos. Si en alguna medida, por pequeña que sea, está contribuyendo a hacer mejores a los demás. Y si no es así, ¿por qué?

 

Crédito de la foto: foter/ gcouros / photo on flickr

Alberto Chouza

Gestión y captación del talento, desarrollo profesional, marca personal, inteligencia emocional, coaching, responsabilidad social corporativa o deporte son algunos de los ámbitos en los que me he ido especializando. Pero no, no soy un experto. Soy un aprendiz que se hace preguntas en un entorno que cambia muy rápido.