Una vez vivía un demonio que tenía una dieta peculiar: se alimentaba del enfado de los demás. Como su campo para comer era el mundo humano, para él no había falta de alimento.
Así comienza una antigua historia budista. Y con una acalorada discusión provocada por la mala gestión de nuestras emociones es como acaban, o empiezan a terminar, muchas relaciones.
Hay un proceso de enfado que va desde la leve irritación hasta la cólera. Dante Alighieri, en su obra La Divina Comedia, puso a los iracundos y a los malhumorados en el quinto círculo del Infierno mientras que ubicó a los que habían cometido el pecado del “enojo” en el Purgatorio, donde podían ser salvados.
Las personas que basan sus relaciones en comportamientos como el enfado, la irritación o el enojo terminarán destruyéndolas. Y en el ámbito laboral esto ocurre con más frecuencia de la que pensamos. El mejor indicador para saber si la ira es un problema en una organización es observar el nivel de miedo de los empleados. Las buenas relaciones se basan en una buena comunicación. Y ésta, a su vez, se construye con un intercambio abierto de puntos de vista. Si el enojo está presente es imposible que éste se produzca.
La más seductora de las emociones
La Dra. Diane Tice, profesora de la Florida State University de Psicología, dice que el enfado es la más seductora de las emociones. Cuando surge, se produce un diálogo interno que se alimenta con argumentos seductores que tratan de persuadirnos para justificar que podamos vaciarlo sobre los demás. Es persistente, ya que cuantas más vueltas le damos más argumentamos a su favor.
La raíz del enfado puede estar en:
- Sentir una amenaza: que puede ser física, a nuestra autoestima, a nuestros límites, a nuestros valores.
- Sentirse tratados de forma injusta, menospreciados.
- Tener la sensación de haber encontrado un obstáculo que impide conseguir nuestro deseo.
Es muy importante, como con todas las emociones, que escuchemos el enfado, que lo vivamos y lo experimentemos de forma consciente. Su alerta nos dará mucha información sobre nosotros:
- La naturaleza de nuestros límites.
- Talante de nuestros pensamientos.
- Las situaciones ante las que nos sentimos invadidos.
- Nuestra capacidad de adoptar conductas asertivas.
Toda esta información nos permite conocernos mejor. Nos da la posibilidad de regular y gestionar nuestra emoción para ponerla a nuestro servicio.
A nivel fisiológico y neurológico cuando se produce el enfado se liberan unos neurotransmisores llamados catecolaminas para generar la energía que nos permita acometer una acción. Esta descarga puede permanecer algunos minutos y se transmite a través del sistema nervioso central. Durante este tiempo, nuestro cuerpo se prepara para la acción.
Esta excitación del sistema nervioso central, bien regulada y gestionada no provocará mayores consecuencias que la vivencia emocional y la elección de la respuesta. Sin embargo, si no regulamos esta descarga, estaremos especialmente predispuestos a enfadarnos por razones sin importancia que, en sí mismas, no podrían provocarnos ese secuestro emocional.
Cuando el proceso ha sucedido, nos sentimos incapaces de perdonar y nos cerramos a cualquier otro razonamiento. Nuestros pensamientos se movilizan y nos provocan sentimientos de venganza y de represalia. Esto, a su vez, hace que no tengamos en cuenta los resultados, las consecuencias de este estado que, sin duda, dejarán huella en nosotros y en nuestro entorno.
¿Cómo podemos regularlo y aplacarlo?
El enfado puede ser:
- Primario adaptativo y saludable. Nos sirve para acomodarnos, adaptarnos a la situación provocada por un acontecimiento.
- Cuando el enfado no aparece para estimular la energía que necesitamos para abordar la situación presente, sino para descargar la acumulación de tensión que no habíamos gestionado en otro momento, hablamos de un enfado desadaptativo no saludable.
Muchas otras veces, el enfado es una reacción que se superpone a otra emoción. El enfado puede esconder otros sentimientos, como malestar o pérdida. Identificándolos podemos distinguir mejor la emoción primaria y hacer una exploración real para su gestión.
¿Cómo podemos aplacar el enfado? Estas son algunas pautas:
1. Presta la máxima atención a los pensamientos que desencadenan la primera descarga.
2. Cuenta hasta diez.
3. Si has estallado por primera vez, también cuenta hasta diez para que no haya una segunda.
4. Pregúntate ¿Es tan serio para armar semejante jaleo?
5. ¿Está justificado que me enfade?
6. ¿Voy a mejorar las cosas?
7. ¿Puedo gestionar la respuesta que tendrá el otro?
8. Concéntrate, al menos 15 minutos en tu respiración para evitar ese “contagio” de catecolaminas.
Nuestro entorno se ve afectado por nuestras conductas emocionales. Utilizar adecuadamente la inteligencia emocional nos sirve para elegir como relacionarnos con él. En particular, la asertividad es una herramienta fundamental que nos permite vivir el enfado pero respetando y valorando a los demás.
Para finalizar, os recuerdo la sabia reflexión de Aristóteles: “Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.”
Crédito de la foto: Foter / riklomas / photo on flickr
Regular y gestionar nuestra emoción para ponerla a nuestro servicio. Esto, como me habeis enseñado, es una gran herramienta.
Gracias por seguir compartiendo tu experiencia.