¿Cómo consigue una club de tenis situado en las proximidades de Moscú que cuenta con escasos recursos y una sola pista, que además no se encuentra en buen estado, formar a varias de las mejores jugadoras del mundo?
¿Por qué de una modesta escuela de música de Dallas surgen numerosas estrellas del rock?
¿Qué ocurre para que tres escritoras de fama universal procedan de una familia británica pobre y de bajo nivel cultural?
Dan Coyle, periodista y escritor norteamericano, decidió buscar respuestas. Para ello visitó algunos de esos lugares en los que se estaban produciendo situaciones aparentemente extrañas. Resultados extraordinarios con recursos limitados. Los denominó semilleros del talento. Sus conclusiones las recogió en su libro Las claves del talento (The talent code).
Para Coyle el talento no es un don misterioso que dependa de las leyes del azar y la genética, sino que la clave para desarrollar una habilidad consiste en la convergencia de tres elementos:
• La práctica intensa.
• La ignición. Que viene siendo una mezcla de energía, pasión y compromiso.
• Un buen maestro instructor.
Mielina, la clave
Y entonces, cuando se juntan estos elementos, aparece la mielina. Bien podría ser el nombre de una de esas grandes tenistas que surgían de la ruinosa pista moscovita. Pero no. Es algo que todos tenemos y genera nuestro cerebro. Sin entrar en detalles, podemos decir que es un aislador celular que envuelve los circuitos neuronales en respuesta a determinadas señales y resulta ser clave para hablar, leer y desarrollar las habilidades de aprendizaje. Manda al cerebro construir una especie de banda ancha por la que los circuitos cerebrales van 100 veces más rápidos y por ellos puede circular tres mil veces más de información. Al parecer esto se ha observado con los TACS y resonancias magnéticas.
Y una buena noticia, todo el mundo puede generar mielina durante toda su vida, aunque se active mucho más durante la infancia. Cuando, tras su muerte, se estudió el cerebro de Einstein se comprobó que no tenía más neuronas que lo normal y sí mucha más mielina de la habitual.
Práctica intensa, pasión y perseverancia
La práctica intensa se construye sobre una paradoja: el hecho de esforzarte de determinadas maneras para conseguir objetivos específicos, permitiéndote fallar te vuelve más inteligente. Aquellas experiencias en las que te ves obligado a ir más despacio, a cometer errores y a enmendarlos, acaban por volverte más ágil sin que te des cuenta de ello. Muchos de los eminentes científicos, artistas y escritores más famosos del mundo cumplieron con el requisito de las 10.000 horas de práctica.
Pero el cerebro requiere gran cantidad de tiempo y energía para envolver con mielina los circuitos. Si no amas lo que haces, nunca trabajarás con el suficiente entusiasmo como para ser bueno en ello. Por eso la pasión y la perseverancia son fundamentales.
Si a ello unimos el hecho de que los éxitos de los predecesores son aprovechados para servir como referencia y estímulo en los nuevos practicantes, se van generando las condiciones adecuadas para el nacimiento del llamado semillero del talento.
Los maestros inspiradores
Pero falta un ingrediente fundamental: los buenos maestros, a los que Coyle llama susurradores del talento. Según él, todos tenían la misma clase de mirada: firme, profunda, limpia, escuchaban mucho más de lo que hablaban; pasaban la mayor parte del tiempo señalando el camino con ajustes pequeños, rápidos y altamente específicos; mostraban una sensibilidad extraordinaria ante la persona a la que estaban enseñando y adaptaban cada mensaje a cada alumno. Y sobre todo, enseñaban a amar la actividad en sí.
Para finalizar quiero recordar el caso de los Beatles. A principios de los años 60 todavía eran una banda totalmente desconocida. La falta de trabajo en Inglaterra los llevó a Hamburgo, a tocar en los clubes locales. Fueron años difíciles. Lo único bueno de aquella etapa era que les permitía tocar por horas, sin interrupciones, 8 horas por noche, 7 días a la semana. Para 1962 ya acumulaban más de 1.200 conciertos tocando juntos. Esto les ayudó a volverse cada vez mejores. Sin esta experiencia les hubiera resultado difícil revolucionar la música como lo hicieron.
Ahí lo dejo para vuestra reflexión. Me voy a entrenar que estoy a punto de llegar a las 2.500 horas de práctica. Ya me falta menos.
Crédito de la foto: Valeria Rodrigues / Pixabay