Usted perdone, le dijo un pez a otro, es usted más viejo y con más experiencia que yo y probablemente podrá ayudarme.
– Dígame.
– ¿Dónde puedo encontrar eso que llaman Océano? He estado buscándolo por todas partes, sin resultado.
-El Océano, respondió el viejo pez, es donde estás ahora mismo.
– ¿Esto? Pero si esto no es más que agua… Lo que yo busco es el Océano, replicó el joven pez, totalmente decepcionado, mientras se marchaba nadando a buscar en otra parte.
Este cuento corto es de Anthony de Mello. Se lo escuché contar a un experimentado compañero de trabajo durante una jornada de formación que teníamos que impartir para un grupo de jóvenes licenciados que se incorporaban a una compañía multinacional. Meses más tarde coincidí con algunos de ellos, les pregunté sobre sus impresiones de aquella sesión formativa y todos ellos, sin excepción, resaltaron el cuento del pez y las reflexiones que les había provocado a cada uno. Unas ocho horas hablándoles de habilidades comerciales, trabajo en equipo, comunicación, etc. se quedaron en nada al lado de los apenas sesenta segundos que le dedicamos al cuento breve.
Nos gustan las historias
A las personas nos gusta contar y escuchar historias. Y en el ámbito de la empresa también. Sin duda son una herramienta de comunicación muy efectiva para compartir conocimiento y motivar. Pero claro, siempre que sean utilizadas de manera adecuada y en el momento oportuno, porque de lo contrario podemos caer en aquello que todos conocemos en algunos personajes a los que hay que acabar diciéndoles: no me cuentes historias…
Doug Stevenson, autor del bestseller «Never Be Boring Again» (No sea aburrido nunca más), asegura: “Cuando te sientas frente a un buen narrador de historias, escuchas la historia con la cabeza, el corazón y el alma. No eres un oyente pasivo, sino un participante activo. Cuando el narrador cuenta su experiencia, la experimentas como si fuera propia: sientes lo que el narrador siente, ves lo que el narrador ve. Memorizas y retienes la esencia de la información y los contenidos de la historia porque puedes ver sus imágenes, escuchar sus sonidos y sentir sus emociones”.
Una buena historia es capaz de convertir una serie de cifras abstractas y hasta de algún modo desagradables en una evocación inspiradora. Los datos, las cifras y los hechos pueden ayudar, pero no tienen tanta fuerza como una historia, si se trata de seducir, convencer y motivar. Parece claro que liderar es, sobre todo, inspirar. Para ello hay que ser capaz de conectar emocionalmente, tocar esa tecla interior de cada miembro del equipo, esa que nos impulsa a cada uno y nos mueve a actuar en la dirección adecuada.
Para motivar y compartir conocimiento
De manera general podemos decir que las historias negativas sirven para compartir conocimiento, y las positivas para motivar. Por ejemplo, para aprender de la historia del fracaso de un equipo, hay que contar cómo fracasó el equipo, y por qué. Una historia así evitaría que otros repitiesen el mismo error. Por su parte, las historias positivas, motivan. La única condición que puede restar eficacia es la falta de sinceridad o coherencia.
Unos personajes interesantes, un desafío al que hacer frente, unas buenas dosis de acción, un punto de inflexión en el que se produce un cambio y un desenlace. Estos son algunos de los ingredientes que componen las historias que nos suelen enganchar. Y en nuestro día a día, aunque a veces no lo apreciamos suficientemente, tenemos la oportunidad de participar en muchas a la vez, adoptando diferentes papeles. Y, por supuesto, en el trabajo también. En la consultoría, me dijo en una ocasión un compañero, cada proyecto es como una historia y gran parte del éxito está en convertir al cliente en un personaje más, evitando que sea un simple espectador. Han pasado unos cuantos años y creo que su reflexión está tan vigente como entonces.
En cualquier parte del mundo en este mismo momento, algún niño les estará diciendo a sus padres:
– Contádmelo otra vez, por favor.
– ¡Otra vez! Pero si ya te sabes el cuento de memoria, contestarán ellos.
– Sí, sí, una vez más.
Y es que, como muy bien saben los niños, ninguna buena historia se gasta por mucho que se cuente.
Crédito de la foto: State Records NSW / photo on flickr